Yo siempre ahorraba para
comprarme el último ejemplar. Ella, en cambio, estaba sin blanca cuando llegaba
el viernes. La veía en el quiosco de la esquina desde mi ventana. Se
aprovisionaba de regaliz, piruletas, pipas y chicles, sentándose luego en la
acera a comer las tentadoras golosinas con otros niños del barrio. Yo mientras
me quedaba en mi habitación contando las pesetas que, poco a poco, iba
acumulando. Así conseguía tener mi tebeo el fin de semana. Lo olía y acariciaba
antes de abrirlo y sumergirme en la lectura de sus páginas, triunfante por mi
perseverancia.
Luego llegaba ella y me
rogaba que se lo prestara. Solía enseñar morritos alegando que no había podido
comprarlo y asegurando que se moría por leerlo. Por favor, por favor, por
favor. Yo recordaba las chucherías que había disfrutado durante la semana pero
no tenía valor para negarme. Y se sentaba allí mismo, bajo la ventana de mi
cuarto, con el cómic sobre sus piernas y gozando de la lectura. A veces su
madre la llamaba y, como no lo había terminado, se lo llevaba a su casa. Un día
me lo devolvió con la portada desgarrada.
Hace unos días me ha
encontrado en Facebook. Han pasado muchos años, pero no puedo olvidar
aquella maravillosa amistad infantil. ¿Te acuerdas de cómo disfrutábamos con
las aventuras de Mickey y su pandilla?, ha escrito.
Dos segundos he tardado
en bloquearla.
Mercedes Suárez Saldaña
oh, vaya, quería que se los prestaras otra vez! ;)
ResponderEliminarvaya colección de don mikis, y qué bien los conservas! los comics eran algo más perdurable que las chuches. y gracias a ellos, ahora de adultos tenemos recuerdos que podemos revisitar...
besitos!!
Yo todavía los leo de vez en cuando, Chema. Los comics fueron unos buenos amigos en mi infancia. Gracias por pasarte por aquí, muchos besitos.
EliminarHola, tu colección de cómics se mantiene bien hasta ahora. Entiendo que recolectar un objeto requiere una lucha para conseguirlo.
ResponderEliminarSaludos desde indonesia
Hola, Himawan. Gracias por leerme. Un saludo.
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