miércoles, 1 de febrero de 2023

SOY DE TI

 




Mi padre me asomó a la ventana, pocas horas después de nacer yo,  para que ambos nos conociéramos. Y, años más tarde, me enseñó a zambullirme dentro de ti. A no tenerte miedo. A buscar en el color de tus aguas la temperatura de tu piel. 

Luego fuiste testigo del amor que coronó mi vida. Y meciste mi cuerpo entre olas que parecían conocer mi destino. 

¡Cuántas veces he vuelto a ti para consolar mis penas y celebrar mis alegrías! 




Ojalá mi muerte pueda abrazarte para estar juntos toda la eternidad.

                                       

                                Mercedes Suárez Saldaña

 


martes, 24 de enero de 2023

UNA PATA DE CONEJO PARA TODA LA ETERNIDAD

 


Compréndanlo, eran cosas nuestras. Podía haber metido junto a mi cuerpo inerte las cientos de cartas que nos escribimos. O los recibos de las facturas que me ayudó a pagar. Incluso la lista de chistes que nos acompañó dentro y fuera del escenario durante tantos años. Y aquellos momentos de intimidad que nadie podrá conocer jamás.




- Sr. Driftwood, hace tres meses me prometió presentarme en sociedad. En todo este tiempo no ha hecho más que cobrar un generoso salario.

- ¿Le parece poca cosa? ¿Cuántos hombres cree usted que cobran un generoso salario? Puede contarlos con los dedos de una mano, mi buena mujer.

- ¡Yo no soy su buena mujer!

- No diga eso Mrs. Claypool  A mí no me importa su pasado. Para mí siempre será mi buena mujer, porque la amo. Ya ve, no quería decírselo, pero me lo ha sacado. La amo.

- Es difícil de creer cuando le encuentro cenando con otra mujer.

- ¿Esa mujer? ¿Sabe por qué me senté con ella? Porque me recordaba a usted.

- ¿De veras?

- Por supuesto. Por eso estoy aquí con usted, porque usted me recuerda a usted. Sus ojos, su cuello, sus labios… Toda usted me recuerda a usted, excepto usted. ¿Cómo se explica eso? Si es capaz de entenderlo, es buena.




Y cuando las luces se apagaban, cuando nos quitábamos el maquillaje  y aparcábamos el guión hasta el día siguiente, Julius y yo aún buscábamos tiempo para debatir sobre cultura y filosofía, sobre lo divino y lo humano. Él era desgraciado en su casa y le costaba volver; yo me sentía demasiado sola en la mía.  

El quinto hermano Marx, solía decir a todos señalándome.




A nadie le extrañó que se hiciera cargo de los gastos del entierro. Tampoco que, cuando recibió el Oscar honorifico a su carrera, mencionara mi nombre y dejara atrás el de alguno de sus hermanos de sangre. Me echaba de menos.

Doce años después tuvo su propio funeral y yo lo esperaba para continuar con la comedia.

- No es que me importe, pero, ¿dónde está tu marido?

- ¡Ha muerto!

- Seguro que solo es una excusa.

- Estuve con él hasta el final.

- No me extraña que falleciera.

- Lo estreché entre mis brazos y lo besé.

- Entonces, fue un asesinato. ¿Te casarías conmigo? ¿Te dejó mucho dinero? Responde primero a lo segundo.

- ¡Me dejó toda su fortuna!

- ¿No comprendes lo que intento decirte? Te amo.

Siempre me consideró su amuleto de la suerte.

 

                                               Mercedes Suárez Saldaña

jueves, 19 de enero de 2023

SUCEDIÓ UN VERANO

 

Desde que llegué, suelo sentarme a escribir o leer en el suelo de la azotea, los pies apoyados en la balaustrada mientras Linda y Susi se disputan mi mano libre para que las acaricie. Son madre e hija, de raza indefinida, color canela y orejas puntiagudas. Mi tía las mima demasiado, está claro que se sienten dueñas de la casa. Pero no puedo evitar dejarme llevar por sus exigencias porque en el fondo las encuentro adorables. Cuando las saco a pasear son ellas las que van arrastrándome a través de las calles, lo que provoca sonrisas en los turistas que comienzan a invadir el pueblo.

Es verano. Frente al bloque de apartamentos, la playa resplandece hasta que el sol decide esfumarse. Cada mañana, puedo ver algunos de esos extranjeros bronceándose frente al hotel donde trabaja mi tía. Un hotel enorme. Hay pocos por ahora, aunque pronto inaugurarán otros que ya casi están terminados. He llegado a contar cinco en construcción durante mis paseos matutinos por la orilla del mar. Los pescadores, mientras remiendan sus redes, lamentan que aquellos edificios acaben por dominar el paisaje.




Bajo todos los días. Sola, con un cubo para recoger conchas, y una navaja que me sirve para despegar lapas de las rocas del espigón. Voy pensando en las historias que escribiré. Me inspiran esas personas de acentos extraños que no se parecen a nadie que yo conozca. Hasta huelen diferente. Mi tía dice que es la crema que usan para tomar el sol. Lo sabe porque a veces aparece con tesoros que ellos dejan olvidados en las habitaciones. Un pareo, unas gafas, una camiseta con dibujos exóticos y, un día, hasta un libro.

-     Te lo he traído porque te gusta leer tanto, dice señalando las ocho novelas de Agatha Christie que guardé junto a la ropa que mi madre metió cuidadosamente en mi maleta.

The Catcher in the Rye. J.D. Salinger. Así reza la portada del libro. Mi tía promete regalarme un diccionario de inglés para que pueda leerlo, pero se le olvida y no quiero insistirle porque ya me ha comprado unas gafas para bucear. Desde que las tengo, mi provisión de conchas se ha hecho mucho más extensa. Ahora me cuesta trabajo cargar con el cubo a casa, de lo mucho que pesa, y casi no queda sitio en ningún rincón de la terraza para ellas.




-  Será mejor que des la colección por finalizada, me aconseja Juana, la mejor amiga de mi tía.

Juana es vivaracha y divertida. Vive con su madre enferma en un pequeño piso en el centro, adonde algunas veces vamos a verla. Lo malo es que si está oyendo Lucecita no hay quien le hable. Está tan obsesionada con la radionovela que incluso puede pasar horas comentando el episodio del día. Me hace tanta gracia verla narrar, de forma apasionada, las desventuras y romances de la protagonista, que decido escribir una historia para ella. Creo que no debe resultar difícil; enseguida anoto en una libreta los requisitos indispensables para tener éxito. Una chica dulce y pobre y un joven adinerado pero infeliz. Una mujer muy mala, un tipo celoso y un perro, un canario o un gato. Les pongo nombre a todos y me pongo manos a la obra. No dejo que Juana lo lea, pero voy revelando algunos detalles para que se entusiasme.

Esta niña va a ser mejor que Delia Fiallo, ya verás, aprueba, dándome ánimos.

Por las tardes, solemos ir las tres al bar La Faraona, del que son dueños Pepe y Mario. Siento curiosidad por saber si ambos son hermanos o primos, pero dicen que sólo son amigos. Viven arriba del local y entre sus clientes hay algunos turistas, incluido Míster Robert, que lleva varios años viviendo en la costa porque le gusta pintar escenas del mar. También dibuja retratos y los vende, pero se ofrece a hacerme uno gratis a pesar de que me da vergüenza. De todas maneras, él tiene mucho trabajo y la cosa queda pospuesta. Lo que si le enseño es el libro en inglés.

-  Novela no para niña, dice en su español particular y mi tía se queda mirando el libro con aprensión.

Es por eso que lo escondo bajo una montaña de conchas en la terraza. Porque ahora, más que nunca, tendré que leerlo y saber que contienen aquellas páginas que tal vez puedan desvelarme infinidad de cosas importantes.

Algunas noches, para divertir a la clientela, Pepe se coloca un traje de flamenca, se maquilla como una mujer y canta canciones de Lola Flores. Los aplausos lo van animando más y más hasta incitarlo también a bailar. Mario sonríe mientras atiende las mesas y cuando ve como el sudor de su amigo hace que el rímel le resbale por las mejillas, lo limpia cariñosamente con una servilleta. Pepe continúa cantando con arrobo y pasión.

Es él quien me colorea las uñas de los pies y pinta una raya negra en mis ojos. Sube mi camiseta para que enseñe la barriga y me revuelve el pelo con manos artísticas. Mi tía finge enfadarse – si mi hermana la viera - pero Pepe no se deja amilanar. ¿No ves que la niña está guapísima así?

Míster Robert dice que parezco una reina mora y Juana se ríe con ganas. Me escapo – así, de esa guisa - a dar una vuelta con Linda y Susi y las llevo hasta la playa, donde los pescadores empujan sus barcas en un mar negro sin luna. Termino por sentarme en la arena para ver cómo las perras corretean por la orilla, incansables y juguetonas.



Mientras la brisa salada acaba por despeinarme del todo, pienso que ojalá siempre fuera ese mismo verano. Y sé que sólo puedo conseguirlo escribiendo sobre él.

MERCEDES SUÁREZ SALDAÑA

                          

 

 

 

miércoles, 9 de noviembre de 2022

LA VIDA

 




Y sí, el camino es largo y pesado. Y es difícil acabar con esos gigantes que, amenazadores, ensombrecen el horizonte.

A veces no hay Dulcinea alguna por la que combatir. Ni tesoro esperando a ser encontrado. Ni tan siquiera un título que certifique la hazaña.

¿Pero qué más da si Sancho acompaña fielmente mis pasos?

sábado, 23 de abril de 2022

BAILES EN BLANCO Y NEGRO

 







La tía Luisa llegaba todos los domingos con una bandeja de pasteles, un ramo de flores y un cubo que contenía una bayeta. La niña, a esa hora, solía estar viendo comedias de cine mudo por televisión. Y, después del saludo de rigor y de elegir una bizcotela – el mejor de los dulces jamás elaborados por manos humanas -, volvía sus ojos hacia Chaplin, el Gordo y el Flaco o Buster Keaton.

-        Qué tiempos aquellos – solía decir la anciana de luto riguroso mirando la pantalla. – Pobres, mira que llevan años muertas las criaturitas.

La niña había visto las mismas películas docenas de veces, pero seguía entusiasmándose por ellas como el primer día. Cierto que ya no se fijaba tanto en las historias que contenían, pero le gustaba saborear los detalles de cada escena. Una señora con sombrero cloche, un lechero llevando su mercancía en coche de caballos, parejas bailando de manera pintoresca e incluso la construcción de enormes edificios que llegaban al cielo. Momentos en blanco y negro que le resultaban enormemente excitantes.






Igual de apasionante le parecía el recorrido por el cementerio que hacía más tarde con la tía Luisa. Le producía un placer morboso ir leyendo las inscripciones de las lápidas que abarrotaban los callejones encalados. Muchas incluso mostraban la fotografía del difunto que dormitaba en su interior. Cientos de muertos que, al igual que aquellos actores de antaño, una vez fueron protagonistas de sus propias historias. A la niña le gustaba fantasear sobre ellos antes de que la tía, mientras se esmeraba en limpiar una tumba en particular con su cubo y la bayeta y cambiaba las flores de la semana anterior, comenzara a relatarle extractos de su vida pasada.

-        Mi pobre José, no conocerás nunca a un hombre más bueno. Además, era tan divertido. Si lo hubieras visto bailar en las fiestas del Protectorado. Los dos nos poníamos nuestras mejores galas y allá íbamos, a bailar toda la noche si hacía falta. Recuerdo que una costurera me hizo un vestido rojo y largo que a mi José le gustaba mucho. Cómo te mira todo el mundo, me decía con orgullo.

La niña sonreía mirando a aquella mujer de cabellos blancos, piel arrugada y espalda encorvada. En realidad, era tía de su madre y, pensaba, debía tener más de cien años. La imaginaba de joven, en blanco y negro y movimientos rápidos en una pantalla cuadrada.

El Día de los Difuntos no se emitió ninguna película de cine mudo. En su lugar pusieron un documental sobre iglesias que aburrió a la niña. La tía Luisa tardaba en llegar y todos en la casa comenzaron a preocuparse. Horas más tarde supieron que unos gamberros en moto le habían agarrado el bolso y arrastrado varios metros antes de poder arrancárselo. El cubo con la bayeta y la bandeja de pasteles quedaron arrinconados en una esquina mientras una ambulancia recogía a la anciana y la llevaba al hospital.

Nunca volvió a ser la misma. Ya no pudo llevar pasteles a nadie ni visitar el cementerio. Se quedó sentada en una mecedora, ajena a lo que ocurría a su alrededor. Y no tardó en marcharse definitivamente.




La niña no ha vuelto a probar una bizcotela. Pero aún sigue viendo películas de cine mudo para tratar de sorprender a la tía Luisa y a su José en un baile interminable.

 

                                                                        MERCEDES SUÁREZ