Desde
que llegué, suelo sentarme a escribir o leer en el suelo de la azotea, los pies
apoyados en la balaustrada mientras Linda y Susi se disputan mi mano libre para
que las acaricie. Son madre e hija, de raza indefinida, color canela y orejas
puntiagudas. Mi tía las mima demasiado, está claro que se sienten dueñas de la
casa. Pero no puedo evitar dejarme llevar por sus exigencias porque en el fondo
las encuentro adorables. Cuando las saco a pasear son ellas las que van
arrastrándome a través de las calles, lo que provoca sonrisas en los turistas
que comienzan a invadir el pueblo.
Bajo
todos los días. Sola, con un cubo para recoger conchas, y una navaja que me
sirve para despegar lapas de las rocas del espigón. Voy pensando en las
historias que escribiré. Me inspiran esas personas de acentos extraños que no
se parecen a nadie que yo conozca. Hasta huelen diferente. Mi tía dice que es
la crema que usan para tomar el sol. Lo sabe porque a veces aparece con tesoros
que ellos dejan olvidados en las habitaciones. Un pareo, unas gafas, una
camiseta con dibujos exóticos y, un día, hasta un libro.
- Te lo he traído porque te gusta leer tanto, dice señalando las ocho novelas de Agatha
Christie que guardé junto a la ropa que mi madre metió cuidadosamente en mi
maleta.
The Catcher in the Rye. J.D. Salinger.
Así reza la portada del libro. Mi tía promete regalarme un diccionario de
inglés para que pueda leerlo, pero se le olvida y no quiero insistirle porque
ya me ha comprado unas gafas para bucear. Desde que las tengo, mi provisión de
conchas se ha hecho mucho más extensa. Ahora me cuesta trabajo cargar con el
cubo a casa, de lo mucho que pesa, y casi no queda sitio en ningún rincón de la
terraza para ellas.
- Será mejor que des la colección por
finalizada, me aconseja Juana, la mejor amiga de mi tía.
Juana
es vivaracha y divertida. Vive con su madre enferma en un pequeño piso en el
centro, adonde algunas veces vamos a verla. Lo malo es que si está oyendo Lucecita no hay quien le hable. Está tan
obsesionada con la radionovela que incluso puede pasar horas comentando el
episodio del día. Me hace tanta gracia verla narrar, de forma apasionada, las
desventuras y romances de la protagonista, que decido escribir una historia
para ella. Creo que no debe resultar difícil; enseguida anoto en una libreta
los requisitos indispensables para tener éxito. Una chica dulce y pobre y un joven
adinerado pero infeliz. Una mujer muy mala, un tipo celoso y un perro, un canario
o un gato. Les pongo nombre a todos y me pongo manos a la obra. No dejo que
Juana lo lea, pero voy revelando algunos detalles para que se entusiasme.
- Esta niña va a ser mejor que Delia Fiallo, ya verás, aprueba,
dándome ánimos.
Por
las tardes, solemos ir las tres al bar La
Faraona, del que son dueños Pepe y Mario. Siento curiosidad por saber si
ambos son hermanos o primos, pero dicen que sólo son amigos. Viven arriba del
local y entre sus clientes hay algunos turistas, incluido Míster Robert, que
lleva varios años viviendo en la costa porque le gusta pintar escenas del mar.
También dibuja retratos y los vende, pero se ofrece a hacerme uno gratis a
pesar de que me da vergüenza. De todas maneras, él tiene mucho trabajo y la
cosa queda pospuesta. Lo que si le enseño es el libro en inglés.
- Novela no para niña, dice en su español particular
y mi tía se queda mirando el libro con aprensión.
Es
por eso que lo escondo bajo una montaña de conchas en la terraza. Porque ahora,
más que nunca, tendré que leerlo y saber que contienen aquellas páginas que tal
vez puedan desvelarme infinidad de cosas importantes.
Algunas
noches, para divertir a la clientela, Pepe se coloca un traje de flamenca, se
maquilla como una mujer y canta canciones de Lola Flores. Los aplausos lo van animando más y más hasta incitarlo
también a bailar. Mario sonríe mientras atiende las mesas y cuando ve como el
sudor de su amigo hace que el rímel le resbale por las mejillas, lo limpia cariñosamente
con una servilleta. Pepe continúa cantando con arrobo y pasión.
Es él quien me colorea las uñas de los pies y pinta una raya negra en mis ojos. Sube mi camiseta para que enseñe la barriga y me revuelve el pelo con manos artísticas. Mi tía finge enfadarse – si mi hermana la viera - pero Pepe no se deja amilanar. ¿No ves que la niña está guapísima así?
Míster
Robert dice que parezco una reina mora y Juana se ríe con ganas. Me escapo –
así, de esa guisa - a dar una vuelta con Linda y Susi y las llevo hasta la
playa, donde los pescadores empujan sus barcas en un mar negro sin luna. Termino
por sentarme en la arena para ver cómo las perras corretean por la orilla,
incansables y juguetonas.
Mientras la brisa salada acaba por despeinarme del todo, pienso que ojalá siempre fuera ese mismo verano. Y sé que sólo puedo conseguirlo escribiendo sobre él.
MERCEDES
SUÁREZ SALDAÑA
Me ha fascinado
ResponderEliminarMuchas gracias, me alegro que te haya gustado :)
EliminarQue bonito Merchi😘
ResponderEliminarGracias, me alegra que te guste :)
EliminarMe ha ENCANTADO Mercedes, l9 he vivido !!!
ResponderEliminarGracias, no imaginas cuánto me alegra que podáis sentir lo que yo al escribirlo :)
EliminarMe ha ENCANTADO Mercedes. Lo he vivido !!!
ResponderEliminarQuerida Carmen, gracias por leerme. Me alegra un montón que te haya gustado. Mil besossssssss
Eliminarprecioso, me ha encantado
ResponderEliminarGracias por pasar por aquí y por tu comentario :)
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