Compréndanlo,
eran cosas nuestras. Podía haber metido junto a mi cuerpo inerte las cientos de
cartas que nos escribimos. O los recibos de las facturas que me ayudó a pagar.
Incluso la lista de chistes que nos acompañó dentro y fuera del escenario
durante tantos años. Y aquellos momentos de intimidad que nadie podrá conocer
jamás.
- Sr. Driftwood, hace
tres meses me prometió presentarme en sociedad. En todo este tiempo no ha hecho
más que cobrar un generoso salario.
- ¿Le parece poca cosa?
¿Cuántos hombres cree usted que cobran un generoso salario? Puede contarlos con
los dedos de una mano, mi buena mujer.
- ¡Yo no soy su buena
mujer!
- No diga eso Mrs.
Claypool A mí no me importa su pasado.
Para mí siempre será mi buena mujer, porque la amo. Ya ve, no quería decírselo,
pero me lo ha sacado. La amo.
- Es difícil de creer
cuando le encuentro cenando con otra mujer.
- ¿Esa mujer? ¿Sabe por
qué me senté con ella? Porque me recordaba a usted.
- ¿De veras?
- Por supuesto. Por eso
estoy aquí con usted, porque usted me recuerda a usted. Sus ojos, su cuello,
sus labios… Toda usted me recuerda a usted, excepto usted. ¿Cómo se explica
eso? Si es capaz de entenderlo, es buena.
Y
cuando las luces se apagaban, cuando nos quitábamos el maquillaje y aparcábamos el guión hasta el día siguiente,
Julius y yo aún buscábamos tiempo para debatir sobre cultura y filosofía, sobre
lo divino y lo humano. Él era desgraciado en su casa y le costaba volver; yo me
sentía demasiado sola en la mía.
El
quinto hermano Marx, solía decir a todos señalándome.
A
nadie le extrañó que se hiciera cargo de los gastos del entierro. Tampoco que,
cuando recibió el Oscar honorifico a su carrera, mencionara mi nombre y dejara
atrás el de alguno de sus hermanos de sangre. Me echaba de menos.
Doce
años después tuvo su propio funeral y yo lo esperaba para continuar con la
comedia.
- No es que me importe,
pero, ¿dónde está tu marido?
- ¡Ha muerto!
- Seguro que solo es una
excusa.
- Estuve con él hasta el
final.
- No me extraña que
falleciera.
- Lo estreché entre mis
brazos y lo besé.
- Entonces, fue un
asesinato. ¿Te casarías conmigo? ¿Te dejó mucho dinero? Responde primero a lo
segundo.
- ¡Me dejó toda su
fortuna!
- ¿No comprendes lo que
intento decirte? Te amo.
Siempre
me consideró su amuleto de la suerte.
Mercedes Suárez Saldaña
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