No
habíamos tenido antes la oportunidad de intercambiar unas palabras. Nunca nos
cruzamos siquiera en el vestíbulo del edificio o en el ascensor. De haber
querido podríamos habernos dado la mano desde nuestros balcones, que si mantienen
el contacto a causa del muro que los une. Una pared que los fusiona desde hace
muchos años, aunque los que vivan dentro no sientan ningún interés por
conocerse.
Ocurrió
una tarde después de las ocho. Los vecinos, uno a uno, fueron volviendo al
interior de sus casas, pero nuestros dos balcones permanecieron abiertos un
rato más. Nos miramos y sonreímos, sin saber muy bien que decir. Metro y medio
de distancia entre ese sentimiento de solidaridad que alivia el miedo y la
soledad.
Desde
entonces nos citamos, cada uno en su espacio, para contarnos cómo nos ha ido
el día. Noticias, ejercicios, limpieza.
Compartimos
recuerdos de paisajes, de veladas regadas de amistad y de aquellos momentos
rutinarios que ahora parecen nostálgicamente seductores.
Hablamos
del futuro, ese que nos parece tan incierto. Cuando todo esto termine seremos
mejores personas, nos decimos siempre. Pero es triste no poder estar
seguros.
También, a veces, nos quedamos en silencio mirando las estrellas que, desde hace miles de
años, nos envían su espectáculo de guiños centelleantes. Como si quisieran
hacernos entender que la distancia entre ellas no les ha impedido formar un
cielo infinito.
Encender
la luz al mismo tiempo para que la vida vuelva a brillar.
Entonces
prometemos que nuestros balcones jamás volverán a cerrarse.
Mercedes Suárez
en los encuentros en los balcones, pueden surgir nuevas amistades y amores platónicos... y no tan platónicos, quizá. ;)
ResponderEliminarpreciosas las fotos que hiciste. me quedo en este nuevo blog.
besos!! :*
Gracias, Chema. Las fotos las hice hace tiempo y revisándolas me di cuenta de la coincidencia de los balcones. Me encanta que te quedes en mi blog, ya sabes que aprecio mucho que leas mis cosas. Espero llenarlo de buenos momentos. Besitos.
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